…Al día siguiente Guillermo Galván (guitarrista, compositor y letrista de Vetusta Morla) me llamó para contarme que había recibido la maqueta y que había escuchado “Náufrago”. Me dijo que contara con él para grabarla en el estudio; se sentía muy identificado con una letra que hablaba del aislamiento al que nos sometemos voluntariamente para encontrar surcando nuestra soledad lo mejor de nosotros como músicos. Ambos habíamos sentido el vértigo del que se asoma al vacío para llegar a una melodía esquiva. Darse cuenta de que lo mejor de ti como artista te espera solo tras alejarte de la realidad compartida es duro, y los dos habíamos pasado por ello…
Tal vez por ese motivo accedió Guillermo a encerrarse conmigo durante un fin de semana en un estudio de grabación. Creo que simplemente quiso acompañarme en este viaje a las profundidades de la soledad que es “Náufrago”.
Su compañía fue decisiva. No creo que hubiera podido grabar esta canción yo solo. Llebábamos seis meses de grabación y me quedaba muy poca energía. Quería grabar este último tema pero, a esas alturas no sabía si tendría fuerzas para enfrentarme a una canción tan intensa, en la que además no hay ni bajo ni batería. El disco estaba terminado y grabar “Náufrago” era solo una obsesión mía. Había canciones de sobra listas para la mezcla final.
Se trata de una canción distinta, en la que lo más importante es tener la frescura necesaria para no sobrecargarla con demasiados arreglos. Pero yo estaba agotado. Y lo que me suele ocurrir en esos casos es que cubro las dudas con capas y capas de bisuteria instrumental.
Creo que para Guillermo supuso todo lo contrario. Llebaba meses encerrado con sus compañeros de Vetusta Morla preparando las canciones de su segundo disco y venir a grabar una canción ajena a su proyecto le devolvió a los años en los que hacer música era un juego sin ningún tipo de presión.
A pesar de que nunca antes habíamos tocado ni dos acordes juntos tuve la sensación de tener un entendimiento total con él. Es curiosa la familiaridad que se puede llegar a sentir tocando. Desde el primer minuto hasta el último puso toda su energía y su talento al servicio de la canción. No descansó hasta que tuvo claro que habíamos conseguido lo mejor de nosotros. Incluso mes y medio después cuando recibimos la mezcla final fue Guillermo quien estuvo alerta de mantener en ella los detalles que tanto nos había costado equilibrar.
En el último momento Miguel Herrero saltó al océano sin salvavidas y nos regaló con su fliscorno tal vez el momento más exquisito de todo el disco.
Gracias a los dos, “El Hombre que olvidó su nombre”, que tanto trabajo nos ha costado, adquiere todo su sentido terminando con el intenso vaivén de este naufragio compartido.